Wexford F.C. FM24 Historia Partida realista
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A veces, la vida es como un campo de fútbol en invierno. Las nubes oscuras se ciernen sobre nosotros, el viento helado golpea sin piedad, y el barro se adhiere a nuestros pies, haciéndonos tropezar con cada paso que damos. Pero yo aprendí, desde pequeño, que incluso en el peor de los terrenos, siempre hay una oportunidad para encontrar un rayo de luz. Mi abuelo Evan fue ese rayo para mí.
Nací en 1995 en Wexford, Irlanda, en una casa pequeña donde el silencio de un hombre ausente resonaba más fuerte que cualquier tormenta. Mi padre decidió no ser parte de mi vida; se fue antes de que yo pudiera entender lo que significaba perder a alguien. Así que crecí con mi madre, que se partía el alma limpiando mesas en un restaurante, y mi abuelo Evan, que fue más padre para mí de lo que ese hombre ausente podría haber sido jamás. Aunque su cuerpo ya estaba marchito por el paso del tiempo, pues tenía 62 años cuando nací, su espíritu era fuerte, un roble que no se doblaba ante ninguna tempestad.
Evan y yo teníamos una conexión especial, forjada en los campos y las calles de nuestro barrio. Solíamos pasar horas pateando una pelota en el callejón detrás de nuestra casa, mientras él me hablaba de sus sueños rotos y de aquellos días lejanos cuando tuvo la oportunidad de jugar un amistoso con el Waterford FC en una pretemporada. A veces, sentía que mi abuelo había llenado el vacío que mi padre dejó con historias de superación y con su amor inquebrantable por el fútbol.
Cada dos semanas, recorríamos los 70 kilómetros que separaban Wexford de Waterford para apoyar al equipo que había sido el sueño de mi abuelo. No importaba el clima, no importaba si teníamos que caminar parte del camino o esperar el tren durante horas. Ver a Waterford jugar era lo más cercano que teníamos a tocar el cielo. Pero siempre tuve un sueño en mi corazón, uno que mi abuelo me ayudó a construir ladrillo a ladrillo: ver un equipo de fútbol en nuestra ciudad natal, Wexford.
Ese sueño se hizo realidad en 2007, cuando tenía 13 años y mi abuelo 75. Aún recuerdo el brillo en sus ojos, ese destello que sólo el fútbol podía encender. Nunca le vi más feliz. Se convirtió en un pilar para Wexford FC, no faltó a un solo encuentro y, por 180 meses consecutivos, fue nombrado "Aficionado del Mes". Era el alma del Ferrycarrig Park, entrenando a los niños, compartiendo su sabiduría, y con su espíritu inquebrantable, se convirtió en una leyenda local.
Mientras tanto, yo seguía yendo al estadio con él, absorbido por la pasión y el amor por el deporte que él me había inculcado. Me gradué con honores en el colegio, pero la universidad era un lujo que no podía permitirme. La vida me empujó a una fábrica, donde me convertí en lo que muchos llamarían un perdedor, un alma atrapada en una rutina monótona, sin tiempo para soñar.
Todo cambió en un día frío a inicios del 2023. Después de ver uno de los entrenamientos del equipo, mi abuelo, Evan Murphy, murió de un paro cardíaco a los 91 años. Ese día, sentí que el mundo se derrumbaba bajo mis pies. Como si el campo de fútbol que habíamos construido juntos de recuerdos y sueños se hubiera desvanecido en el aire.
Todo lo que quedaba de él era un vacío doloroso y el eco de su voz diciendo: "Nunca dejes de soñar, Aidan, porque los sueños son los que nos mantienen vivos".
Y aquí estoy, en medio de la niebla, tratando de encontrar el camino, intentando ser un creador de sueños. Porque si la vida es un campo de fútbol en invierno, entonces yo quiero ser ese rayo de luz que lo cruza.
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