El olor a pasto húmedo, el bullicio familiar del barrio, siempre fueron música para mis oídos. Claudio Ayala, ese era yo. Un lateral aguerrido, con más corazón que exquisitez en los pies. Mi techo futbolístico fue el River Plate de Asunción, un sueño cumplido, fugaz. Todavía recuerdo al Profesor Vera, mirándome y con una mueca de ternura entremezclada con lastima, con las manos en los bolsillos. Sonriendo le dijo a mi viejo: “Ayala, su hijo tiene futuro, solo que no en el futbol”. Lo que pasaba era que mi pasión por el fútbol era fuego que no se extinguía. Mientras la vida de mis amigos tomaba la forma de esposas, hijos, trabajos de ocho a seis; yo devoraba libros de táctica y estrategias. La tecnicatura de fútbol se convirtió en mi nueva cancha, y la Licencia Continental C, mi trofeo más preciado obtenida con el sudor de la frente, noches en vela y mucho futbol a través de todos los canales deportivos que uno aguanta mirar. Para corroborar que dirigir era mi futuro, ofrecí mis servicios de entrenador ad honorem en la sub 20 del club Recoleta, un equipo de mi barrio. Nadie esperaba mucho y los reproches de parte de mi familia por “vivir del aire” eran cada vez eran más constantes. Supongo que es pasión y vocación, pero con las charlas motivacionales que me salían del alma y un estilo de juego que parecía una contradicción irritante– posesión paciente para luego desatar transiciones veloces – llegamos a la final del torneo nacional. Un subcampeonato de gloria, la confirmación de que mi visión tenía un destino. Mi sed de conocimiento no se detuvo en las canchas. El inglés, el italiano y el portugués se sumaron a mi guaraní natal y al español, abriendo un abanico de posibilidades que una carrera como jugador jamás me hubiera ofrecido (por lo malo que era, nada que decir contra el Profe Vera). Con mi ciclo cumplido en Recoleta y al rechazar el ofrecimiento de seguir dirigiendo gratis porque seré un soñador pero nunca un boludo, armé un currículum con la ilusión de un trotamundos y lo envié a clubes pequeños de ligas ignotas. Quizá se estén preguntando realmente, como hice para comer durante varios años. Bueno, vivir de las rentas hereditarias de la familia no es un pecado, mas todavía cuando es combustible para en el futuro devolver eso a través de la alegría de miles al gritar: “goooolll”. Tuve un par de entrevistas bizarras, emocionantes y paisajísticas, sobre todo, que pasaron por el frío cortante de Gales, la pasión balcánica de Croacia y la urgencia de evitar un descenso en Bélgica. Entonces, llegó un llamado inesperado. Desde Uruguay, el Albion Football Club, el padre del fútbol charrúa, quiso conocer mi trayectoria. Les llamó la atención el prólogo de mi CV, mi hazaña recoletana forjada a base de motivación, una peculiar mezcla de posesión y transiciones rápidas sumado a mi dedicación a los estudios que me valieron la Licencia Continental C con honores en Asunción. “¿En serio este pibe no hizo otra cosa en su vida?” me dicen que llego a preguntarse el Presi al terminar la entrevista. Supongo que las respuestas en blanco a preguntas que surgieron allí de tinte personal, pueden hacer pensar eso. Les conté de mis conocimientos de inglés, italiano y portugués, sobre todo, les transmití mi visión para el Albion: un juego de reconstrucción, pero con la explosividad necesaria para ganar eso que necesita el club, mística a la altura de su historia. Quizás, pensó el presi, esa "garra guaraní" que tanto se alaba, combinada con una propuesta táctica diferente, era justo lo que necesitaban. Su percepción literal al comentar lo que vio en mí, cuando se reunión con el Director Deportivo fue: “El pibe es el mesías futbolístico que hace mas de 100 años espera el Club o es un vende humo que a lo sumo, dura cuatro meses. Probamos de todo, una mancha mas…” Así fue como yo, Claudio Ayala, cruzó ríos y campos para embarcarse en una aventura futbolera charrúa. El Albion abrió sus puertas, confiando en que mi pasión y mis estudios hagan que su Historia deje de ser un eterno recuerdo.