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El sonido del despertador retumbaba en mi cabeza como un martillo. Me había quedado planificando la plantilla hasta las once de la noche el día anterior, y ahora el cansancio me pasaba factura. Me levanté tarde, más de lo que debería, pero sabía que la reunión táctica con el equipo era a las seis de la tarde, y había citado a los jugadores antes para un pequeño entrenamiento. Ryan, por primera vez desde que llegué, estaría conmigo. Un respaldo necesario en este mundo que se movía más rápido de lo que me gustaría.

Cuando llegamos a la cancha municipal que alquilamos por dos horas, el lugar se sentía vacío. No era por la falta de público, sino por la falta de una estructura clara en el equipo. Me paré en el centro del campo junto a Ryan y observé a los jugadores que llegaban poco a poco, sin prisa ni dirección. Entonces, me giré hacia él y pregunté:
—¿Quién manda aquí?

Ryan, sin apartar la vista de los jugadores, me dijo:
—No hay líderes en el vestuario.

Eso lo explicaba todo.

Llamé a los jugadores al centro del campo, formando un círculo alrededor de nosotros. Los miré uno a uno antes de hablar:
—Entrenad por vuestra cuenta. En dos horas os quiero en la sede comunal. Nos veremos allí. Mostradme lo que tenéis.

Dicho eso, me quedé en el centro del campo junto a Ryan mientras observábamos cómo se movían en el entrenamiento. Ellos, semiprofesionales recién ascendidos, empezaron a moverse con la libertad de no tener nada que perder. Estaban jugando, disfrutando. Casi podía sentir su energía, su entusiasmo por estar ahí, en ese equipo, en esa liga, y competir al más alto rendimiento posible.

—El equipo está en excelente ánimo —le comenté a Ryan mientras observaba a los jugadores correr, reírse entre ellos, y bromear. Luego añadí—: Esto parte de una verdad simple. Son semiprofesionales, están recién ascendidos, y ninguno tiene nada que perder. Están disfrutando algo que en otro contexto, como un equipo europeo, o uno que compita por títulos, sería visto como insuficiente. Aquí, es genial.

 

Ryan asintió en silencio mientras yo seguía con mis observaciones:

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—El equipo no tiene líderes, eso está claro. Pero veo que respetan a los dos jugadores experimentados, Sassetharan y Hakim Abdullah. Creo que uno de mis proyectos será hacer que se conviertan en las cabezas visibles del equipo. Ellos deben ser los referentes.

 

A medida que el entrenamiento avanzaba, mis ojos fueron descubriendo los pequeños grupos sociales que se formaban entre los jugadores. No quería juzgarlos tan rápido, pero era inevitable notar ciertos patrones.

—Mira eso —le dije a Ryan—, ya se ven los grupos. Está el de los experimentados, con Sassetharan y Hakim Abdullah, los veteranos respetados. Luego están los chicos problema, esos que tienen una personalidad arrogante porque creen que jugar en la tercera división de Singapur los convierte en profesionales. Entre ellos, Majid, Idris, Haikal y Othman.

Dije esto último con una pizca de sarcasmo, pero Ryan me miró como si comprendiera perfectamente lo que quería decir.

—Después están los comprometidos con el proyecto, los que saben que no llegarán al más alto nivel, pero lo darán todo por Bedok. Esos son Yugendran, Isman, Rahmat, Fahmi y Azman. Son la columna vertebral del equipo.

—Y también los disciplinados —añadí, señalando a Norbin, Subramaniam y Tho Gabriel—. Quizás no son los más talentosos, pero tienen la actitud correcta. Ellos están dispuestos a hacer lo que sea necesario para convertirse en jugadores profesionales.

Finalmente, me detuve un momento antes de hablar del último grupo:
—Y luego están los que están aquí por moda, o porque algún amigo los trajo. Fauzi está por su primo, y Hanfi simplemente porque no tenía nada mejor que hacer. No es del todo malo, al final del día, son personalidades que, si se manejan bien, pueden ser útiles para el equipo.

Ryan me escuchaba con atención, mientras yo concluía mi análisis del equipo:
—Este es el único momento para pelear algo grande en la tercera división. Venimos con la moral alta, somos el equipo recién ascendido que tiene todo por demostrar. Este año, Ryan, debemos ir por todo.

¿Este año?preguntó Ryan, mirándome con una sonrisa—. ¿Así de claro lo ves?

Asentí. No había margen para otra cosa. Si íbamos a hacer algo, debía ser ahora. Los jugadores necesitaban creer en eso, en que esta temporada era nuestra oportunidad.

Después de dos horas de entrenamiento, llamé a los jugadores y les dije que se dirigieran a la sede comunal. Mientras caminaba junto a Ryan, me sentía más seguro de lo que habíamos observado. Este equipo tenía potencial, pero el verdadero reto sería unirlos, hacerles entender que, con la mezcla adecuada de esfuerzo y cohesión, podíamos llegar lejos.

Cuando llegamos a la sede, los jugadores tomaron asiento frente a nosotros. Con una mirada firme, saqué el tablero. Hoy, comenzaba el verdadero trabajo.

Editado por OnlyfootballFC

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Llegué a la sede comunal con una idea clara en mente. Los jugadores ya estaban sentados, algo expectantes, quizá curiosos por lo que les iba a decir. Ryan se mantuvo a mi lado, en silencio, mientras yo tomaba una bocanada de aire y caminaba hacia el frente. Era momento de definir lo que quería para el equipo y hacerles ver mi visión.

Con toda la atención puesta en mí, empecé a hablar.

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—Chicos, quiero que quede claro desde el primer momento cómo me gusta que se juegue al fútbol. Aquí no va a haber cosas complicadas o esquemas raros. Nada de esas formaciones asimétricas que usan los managers modernos —dije con una pizca de sarcasmo, lo que provocó alguna que otra sonrisa entre los muchachos.

Seguí explicando con firmeza:

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—Jugaremos un clásico 1-4-3-3. Un esquema que nos permitirá ser sólidos atrás y dinámicos en el ataque. La base será tener el balón, hacerlo nuestro mejor aliado. Quiero que utilicemos la posesión como nuestra principal arma, pero no solo eso, también debemos ser rápidos al recuperar la pelota tras la pérdida. No permitiremos que nos controlen, seremos los que dicten el ritmo del partido.

Al ver sus rostros atentos, continué, elevando un poco el tono para dejar clara mi convicción:

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—Quiero un fútbol técnico, con toques precisos y movimientos inteligentes. No basta con tener la pelota, hay que saber qué hacer con ella. Y eso será lo que nos diferenciará de los demás. Vamos a jugar como los mejores, con una identidad propia.

Los jugadores asintieron en silencio, captando lo que les pedía. Sabía que lo que les estaba diciendo no era sencillo, pero estaba convencido de que podían lograrlo con el trabajo y la disciplina adecuados.

Después de definir el estilo, era momento de hablar sobre el liderazgo en el equipo. Había observado bien a los jugadores, y no tenía dudas de a quiénes debía darles esa responsabilidad.

—Ahora —dije, mirando a todos—, vamos a hablar sobre los capitanes. Este equipo necesita voces fuertes, jugadores que den ejemplo tanto dentro como fuera del campo. Por eso, he decidido que el primer capitán será Hakim Abdullah.

Hubo un murmullo entre los muchachos, pero ninguno de sorpresa. Sabían que Hakim tenía el respeto del vestuario. Luego, con la misma seguridad, añadí:

—Y el segundo capitán será Sassetharan.

Ambos jugadores asintieron, mostrando una calma que me dio la confianza de que había tomado la decisión correcta. Sabía que el equipo los respetaba, y ellos serían clave para llevar el liderazgo en los momentos complicados.

Con eso dicho, di por concluida la reunión.

—Nos vemos mañana —les dije—. Mañana empieza el verdadero trabajo. Estarán bajo mi mando, y quiero ver el compromiso de cada uno. Si lo damos todo, no tengo dudas de que podemos llegar lejos.

Los jugadores se despidieron y abandonaron la sede, algunos hablando entre ellos, otros en silencio, procesando todo lo que les había dicho. Yo me quedé un momento en la sala, viendo cómo se iban. Sabía que el camino sería largo y lleno de desafíos, pero tenía claro que estaba en el lugar correcto, con el grupo adecuado.

Mañana, el proyecto Bedok comenzaba de verdad.

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Entré en la sede comunal y allí estaban ellos, los jugadores. Todos esperaban en silencio, con esa mirada que oscila entre el respeto y la curiosidad. Sabía que estaban atentos, listos para escucharme. Y, por mi parte, necesitaba dejar claras algunas cosas.

La sala no era nada del otro mundo: cuatro paredes desnudas, una mesa y una pizarra vieja que parecía haber visto mejores tiempos. Me dirigí hacia ella y comencé a delinear el plan. El calendario era estricto, pero no había margen para relajarse. Teníamos 45 días hasta el debut en liga, y de esos, dedicaríamos 25 solo a la pretemporada. No había tiempo que perder. Miré a Ryan, quien sabía que estaría al mando mientras yo resolvía algunos temas pendientes. Confiaba en él, pero el desafío era inmenso.

Ajustamos los horarios de entrenamiento, cuadramos todo lo posible, pero aún quedaba mucho por resolver. El equipo necesitaba refuerzos, empleados que compartieran nuestra visión, y, sobre todo, yo necesitaba claridad sobre la situación económica del club. No podía permitir que los fantasmas de la deuda o la inestabilidad me frenaran. Eso significaba que tenía que hablar con la directiva cuanto antes. Y luego estaba mi licencia... no era una opción seguir posponiendo ese asunto.

Tomé mi libreta, esa que me ha acompañado en tantos momentos de incertidumbre, y anoté cada una de las cosas que necesitábamos mejorar. Era una lista larga, pero no imposible. Al final, dejé el silbato en las manos de Ryan, y mientras me dirigía a la salida, sentí cómo el peso de las responsabilidades comenzaba a caer sobre mis hombros.

Llegué a casa. Dejé caer la mochila en el suelo y me miré al espejo por un instante más largo de lo que suelo hacerlo. Estaba cansado, pero dentro de mí algo seguía vibrando. "Voy a por lo que es mío..." dije en voz baja, casi como un mantra. Sabía que el camino no sería fácil, pero ya estaba decidido. No había vuelta atrás.

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El rugido del motor del mototaxi me sacó de mis pensamientos. No sabía si lo que estaba a punto de hacer era lo correcto, pero había algo que me empujaba hacia adelante. El destino no era otro que la prisión federal de Singapur. Iba a visitar a mis viejos amigos, los "Xvgh". Hacía tiempo que no los veía, y aunque sabía que ese capítulo de mi vida ya debía estar cerrado, había una parte de mí que aún sentía lazos con ellos.

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Al llegar, el ambiente era sofocante, cargado. Los guardias apenas me prestaron atención mientras me dirigía a la sala de visitas. Allí estaban: Ghan Yi, Keyrehll y Hughn, los líderes de la pandilla. No había cambiado mucho desde la última vez que los vi. Su presencia seguía siendo imponente, como si las paredes de la prisión no fueran capaces de contener la energía que desprendían. Ellos siempre habían sido más que amigos, más que compañeros... eran una especie de familia torcida, una que me había marcado de formas que aún no comprendía del todo.

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Pasamos la tarde compartiendo historias, recordando viejos tiempos, riéndonos de cosas que probablemente ya no tenían tanta gracia. Y, como si fuera una especie de ritual, Ghan Yi me ofreció algo más permanente: un tatuaje con las iniciales de la pandilla. Sentí el pinchazo de la aguja en mi piel, y con cada trazo, sentí una mezcla de nostalgia y resolución. Era una manera de recordar de dónde vengo, pero también de asegurarme de que no olvidaré lo lejos que he llegado.

Cuando el sol comenzó a caer, supe que era hora de irme. Me despedí de los chicos y salí de la prisión con una extraña calma. Subí a otro mototaxi, y el conductor me miró de reojo, esperando instrucciones. Por un momento, no supe qué decir. El viento fresco de la tarde acariciaba mi rostro mientras las palabras de Ghan Yi resonaban en mi cabeza. El pasado tiene una forma curiosa de atraparte cuando menos te lo esperas.

—Al puerto —dije al fin.

Necesitaba el mar. Necesitaba ese espacio entre el ruido de las olas y el silencio interior, ese espacio donde las decisiones se aclaraban. Sabía que lo que había hecho hoy no podía definir mi futuro, pero no podía ignorar la influencia que esos viejos lazos seguían teniendo sobre mí.

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Llegué al puerto con la mente dando vueltas. El viento traía el olor del mar, esa mezcla salada y fresca que siempre me calmaba. Me senté en el muelle, justo al lado de la vieja casa de los Kaleb. Recuerdos  de Lucy y tambien con con Robin, su hermano, y las conversaciones profundas con Kalvin, su padre, que siempre tenía una forma única de ver la vida. Pero esa vez, algo era diferente.

Mientras observaba la casa, vi a una chica con el cabello rojo abrir la puerta. "¿Quién demonios es ella?", me pregunté. La casa de los Kaleb siempre había sido un lugar familiar, pero no recordaba a nadie más viviendo allí. Mi curiosidad fue más fuerte que mis dudas, así que me levanté, caminé hacia la puerta y toqué suavemente.

La chica me abrió, y antes de que pudiera decir algo, una figura familiar se asomó detrás de ella.

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¡West!gritó Lucy, antes de lanzarse a mis brazos.

El abrazo fue cálido, reconfortante. Habían pasado meses desde la última vez que la vi. "Maldita sea, cómo ha cambiado", pensé. Lucy siempre había sido una persona llena de vida, y aunque mantenía esa energía, algo en sus ojos me dijo que las cosas no estaban del todo bien.

Pasa, pasame dijo, mientras me invitaba a entrar.

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La chica de cabello rojo resultó ser su prima, Litcey. Mientras las presentaciones fluían, Lucy bajó un poco la mirada, como si estuviera buscando las palabras adecuadas para contarme algo.

Papá murió hace una semana, West. —Su voz temblaba ligeramente, y en ese momento, entendí lo que había visto en sus ojos. Dolor, el tipo de dolor que no desaparece fácilmente.

La noticia me golpeó como un mazazo en el pecho. Kalvin había sido un hombre increíble, alguien a quien respetaba profundamente. No supe qué decir, solo un largo silencio se instaló entre nosotros.

Robin está en Corea del Surcontinuó Lucy, con un suspiro—. Se fue a buscar su futuro, supongo. Y yo... me quedé aquí. Con la casa y con Litcey, que ha venido a ayudarme.

Asentí, intentando procesar todo. Lucy, siempre fuerte, siempre dispuesta a cargar con el peso del mundo. No era justo que tuviera que enfrentarse a esto sola.

Lo siento, Lucy...le dije, tocando su hombro suavemente—. Kalvin era un hombre increíble.

Lo sé...susurró, con la mirada perdida.

La tristeza se había asentado en la atmósfera, y necesitaba hacer algo para cambiar el ambiente, aunque fuera por un momento.

Oye, ¿por qué no vamos al centro a comer algo?propuse, con una sonrisa—. Podríamos distraernos un poco.

Lucy miró a Litcey, como pidiendo permiso con la mirada. Se notaba que no quería dejarla sola, pero al mismo tiempo, podía ver que necesitaba un respiro, aunque fuera corto. Litcey, captando la situación, le sonrió con un leve asentimiento.

Ve, estaré bien. Tómate un descanso, lo necesitasle dijo su prima.

Lucy respiró hondo, como si estuviera decidiendo si aceptar o no.

Está bien, West. Vamos —dijo finalmente, con una sonrisa tenue, pero sincera.

Salimos de la casa, caminando hacia el puerto mientras el sol comenzaba a esconderse. El mundo seguía girando, pero para Lucy, todo había cambiado. Y en ese momento, más que nunca, supe que mi misión no era solo regresar a mi vida. Tenía que estar allí para quienes habían sido parte de ella....

Me uno a esta increíble historia, me esta pareciendo que tiene una trama increíble.

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