CAPÍTULO 1 - EL ARQUITECTO DEL FUTURO El inicio de una nueva era futbolística. La visión y el arte de transformar el juego.El fútbol tiene muchas formas. Hay quienes lo entienden como una guerra de trincheras, quienes lo conciben como una cuestión de fe, y otros, los menos, que lo ven como un arte en constante evolución. Francesco Farioli pertenece a esa última categoría. Lo suyo no es solo entrenar. Lo suyo es construir. Crear. Dar forma a una idea que va más allá del resultado del domingo. Aquel día en que cruzó por primera vez las puertas del centro de entrenamiento, el aire olía a lluvia y a tierra mojada. En sus manos llevaba una libreta negra, ajada en las esquinas, con páginas llenas de esquemas, conceptos, secuencias de pases, mecanismos de presión y notas personales escritas a mano. Nadie le acompañaba. No había una rueda de prensa rimbombante ni cámaras registrando su llegada. Solo él, el campo vacío y un silencio que, para otros, podría parecer incómodo. Para Farioli, en cambio, era el inicio ideal: antes de que empiece el ruido, está la visión. Había dejado atrás la Costa Azul, donde su paso por el Niza había sido una prueba de madurez. Allí, entre promesas jóvenes y un entorno exigente, demostró que podía ser más que una revelación. Que no solo sabía hablar de fútbol, sino también sobrevivir en él. En Turquía, tiempo atrás, ya había dejado huellas en el barro. Pero ahora, lo que venía por delante era distinto. Un nuevo reto, quizás más complejo, más suyo. Un lugar donde no bastaría con convencer; habría que transformar. Francesco no era el típico entrenador. No hablaba de garra ni de épica. Hablaba de alturas entre líneas, de distancias óptimas, de ritmo pausado para atraer y ritmo violento para atacar. Hablaba con la calma de quien sabe que el caos también puede ordenarse. Sus charlas técnicas eran clases. Sus entrenamientos, laboratorios. No todos lo entendían al principio. Pero tarde o temprano, el juego hablaba por él Apenas comenzaba la pretemporada y ya tenía un plan. No solo para el equipo, sino para el club. Formación, identidad, cultura. Sabía que no se puede cambiar todo de golpe, pero también sabía que ningún proyecto sólido nace sin una idea que lo sostenga. Y la suya era clara: fútbol valiente, estructurado y creativo. Fútbol donde los jugadores piensan, se atreven y crecen. Algunos lo miraban con recelo. ¿Quién era ese joven italiano de verbo tranquilo y mirada analítica que hablaba más de ocupación de espacios que de ganar a toda costa? Pero el tiempo, como siempre, era su mejor aliado. Porque el fútbol, al fin y al cabo, premia a quien sabe esperar. Lo que estaba por venir aún no tenía forma. Solo había señales, intuiciones. Un vestuario por conquistar. Un club por reanimar. Una hinchada por ilusionar. Pero si algo había demostrado ya Francesco Farioli, en cada paso que dio desde la Toscana hasta los banquillos de élite, es que no necesita grandes escenarios para demostrar que está preparado para ellos. Y ahora, con las luces apagadas y el balón aún quieto sobre el césped, el arquitecto estaba listo para empezar a dibujar.
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