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Literatura

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A mí me necantan los libros de García Marquez, muy buenos... ya me he leído varios de este autor... ya sé que es un clásico, pero el que no haya leído "Cien años de Soledad" que lo haga que no se va a arrepentir...

Hace poco había empezado con el segundo tomo de "Argentinos" de Jorge Lanata, pero es larguisimo y ahora con el colegio se me complica para leerlo ya que me dan muchos libros (La Casa de Bernarda Alba, entre otros)...

También terminé de leer "Mitos de la historia Argentina" de Felipe Pigna.

Cien años de soledad lo tengo juntando polvo en algun rincon... me aburrio a mas no poder y no lo termine

En lo del quijote les falto decir que al final don quijote recupera la cordura y sancho se vuelve loco.

Ahh, se muere el quijote

  • Autor

tengo mucho que decir...

1) ZERA LA PUTA Q TE REMIL PARIO! ME CAGASTE EL FINAL DEL QUIJOTE!!!

2) Millo lei varios de Holmes... aunque sinceramente no me gusta mucho jejej.

3) Adriano, en que año estas d ela secundaria? en 4° si mal no calculo... te digo esto, la casa de bernarda alba yo tambien le tengo q leer, pero te pregunto a ver si a vos te pasa lo msimo jejej, no notas que los libros que dan en la escuela son una bosta :D ???

4) a continuacion les dejo un libro, va un cuento muy bueno de Horacio Quiroga titulado La Gallina Degollada... para mi un muy buen libro, que lo disfruten...

PD. los que escriban, los que leyeron un cuento o algo corto que crean bueno en compartir, cuelguenlo aca xD

  • Autor

La gallina degollada

Horacio Quiroga

Todo el día, sentados en el patio en un banco, estaban los cuatro hijos idiotas del

matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos y volvían

la cabeza con la boca abierta.

El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba

paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos.

Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz

enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían

al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con

alegría bestial, como si fuera comida.

Otra veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía

eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose

la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un

sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas

colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.

El mayor tenía doce años, y el menor ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se

notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.

Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los tres

meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer

y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo: ¿Qué mayor dicha para dos

enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un

mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles

de renovación?

Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de

matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció bella y radiante, hasta que

tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones terribles,

y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa

atención profesional que está visiblemente buscando las causas del mal en las enfermedades

de los padres.

Después de algunos días los miembros paralizados recobraron el movimiento; pero la

inteligencia, el alma, aun el instinto, se habían ido del todo; había quedado profundamente

idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.

—¡Hijo, mi hijo querido! —sollozaba ésta, sobre aquella espantosa ruina de su

primogénito.

El padre, desolado, acompañó al médico afuera.

—A usted se le puede decir; creo que es un caso perdido. Podrá mejorar, educarse en

todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.

—¡Sí!... ¡Sí! —asentía Mazzini—. Pero dígame: ¿Usted cree que es herencia, que?...

—En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a

la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un

poco rudo. Hágala examinar bien.

Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor a su hijo, el

pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener

sin tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.

Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació

éste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los

dieciocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente amanecía

idiota.

Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. ¡Luego su sangre, su amor estaban

malditos! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada

ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no pedían más belleza e

inteligencia como en el primogénito; ¡pero un hijo, un hijo como todos!

Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de

redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto

por punto repitióse el proceso de los dos mayores.

Mas, por encima de su inmensa amargura, quedaba a Mazzini y Berta gran compasión

por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus

almas, sino el instinto mismo abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse.

Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los

obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse

sólo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían entonces, echando

afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad

imitativa; pero no se pudo obtener nada más. Con los mellizos pareció haber concluido la

aterradora descendencia. Pero pasados tres años desearon de nuevo ardientemente otro hijo,

confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.

No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba, en razón de

su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese momento cada cual había tomado sobre sí la parte

que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las

cuatro bestias que habían nacido de ellos, echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a

los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.

Iniciáronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a más del insulto había la

insidia, la atmósfera se cargaba.

—Me parece —díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las

manos—que podrías tener más limpios a los muchachos.

Berta continuó leyendo como si no hubiera oído.

—Es la primera vez —repuso al rato— que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.

Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:

—De nuestros hijos, ¿me parece?

—Bueno; de nuestros hijos. ¿Te gusta así? —alzó ella los ojos.

Esta vez Mazzini se expresó claramente:

—¿Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?

—¡Ah, no! —se sonrió Berta, muy pálida— ¡pero yo tampoco, supongo!... ¡No faltaba

más!... —murmuró.

—¿Qué, no faltaba más?

—¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería

decir.

Su marido la miró un momento, con brutal deseo de insultarla.

—¡Dejemos! —articuló, secándose por fin las manos.

—¡Berta!

—¡Como quieras!

Este fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las inevitables reconciliaciones,

sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.

Nació así una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando siempre

otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieron en ella toda su

complacencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mimo y la mala

crianza.

Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita

olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que la

hubieran obligado a cometer. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo mismo.

No por eso la paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija echaba

ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de su descendencia podrida. Habían

acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no quedara distendido, y al menor contacto

el veneno se vertía afuera. Desde el primer disgusto emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición, es, cuando ya

se comenzó, a humillar del todo a una persona. Antes se contenían por la mutua falta de

éxito; ahora que éste había llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la

infamia de los cuatro engendros que el otro habíale forzado a crear.

Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La

sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban

casi nunca. Pasaban casi todo el día sentados frente al cerco, abandonados de toda remota

caricia.

De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las golosinas que

era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura tuvo algún escalofrío y fiebre.

Y el temor a verla morir o quedar idiota, tornó a reabrir la eterna llaga.

Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue, como casi siempre, los fuertes pasos

de Mazzini.

—¡Mi Dios! ¿No puedes caminar más despacio? ¿Cuántas veces?...

—Bueno, es que me olvido; ¡se acabó! No lo hago a propósito.

Ella se sonrió, desdeñosa: —¡No, no te creo tanto!

—Ni yo, jamás, te hubiera creído tanto a ti. . . ¡tisiquilla!

—¡Qué! ¿Qué dijiste?...

—¡Nada!

—¡Sí, te oí algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a

tener un padre como el que has tenido tú!

Mazzini se puso pálido.

—¡Al fin! —murmuró con los dientes apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que

querías!

—¡Sí, víbora, sí! Pero yo he tenido padres sanos, ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha

muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Esos son hijos

tuyos, los cuatro tuyos!

Mazzini explotó a su vez.

—¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al

médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón

picado, víbora!

Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita selló

instantáneamente sus bocas. A la una de la mañana la ligera indigestión había desaparecido,

y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente

una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto hirientes fueran los

agravios.

Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba escupió sangre. Las

emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada

largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una

palabra.

A las diez decidieron salir, después de almorzar. Como apenas tenían tiempo, ordenaron

a la sirvienta que matara una gallina.

El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la

sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia (Berta había

aprendido de su madre este buen modo de conservar frescura a la carne), creyó sentir algo

como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados

uno a otro, mirando estupefactos la operación... Rojo... rojo...

—¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina.

Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni aun en esas horas de pleno perdón,

olvido y felicidad reconquistada, podía evitarse esa horrible visión! Porque, naturalmente,

cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritado era su humor

con los monstruos.

—¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!

Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco.

Después de almorzar, salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires, y el matrimonio a

pasear por las quintas. Al bajar el sol volvieron, pero Berta quiso saludar un momento a sus

vecinas de enfrente. Su hija escapóse enseguida a casa.

Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había

traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos,

más inertes que nunca.

De pronto, algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco

horas paternales, quería observar por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa

la cresta. Quería trepar, eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla desfondada, pero

faltaba aún. Recurrió entonces a un cajón de kerosene, y su instinto topográfico hízole

colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.

Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba

pacientemente dominar el equilibrio , y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la

cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con

el pie para alzarse más.

Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en

sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana, mientras creciente sensación de gula

bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La

pequeña, que habiendo logrado calzar el pie, iba ya a montar a horcajadas y a caerse del

otro lado, seguramente, sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados

en los suyos le dieron miedo.

—¡Soltáme! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.

—¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse

del borde, pero sintióse arrancada y cayó.

—Mamá, ¡ay! Ma. . . —No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando

los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la

cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida

segundo por segundo.

Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz de su hija.

—Me parece que te llama—le dijo a Berta.

Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron más. Con todo, un momento después se

despidieron, y mientras Bertita a dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.

—¡Bertita!

Nadie respondió.

—¡Bertita! —alzó más la voz, ya alterada.

Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló

de horrible presentimiento.

—¡Mi hija, mi hija! —corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la

cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta entornada, y lanzó

un grito de horror.

Berta, que ya se había lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre,

oyó el grito y respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como la

muerte, se interpuso, conteniéndola:

—¡No entres! ¡No entres!

Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre. Sólo pudo echar sus brazos sobre la

cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.

3) Adriano, en que año estas d ela secundaria? en 4° si mal no calculo... te digo esto, la casa de bernarda alba yo tambien le tengo q leer, pero te pregunto a ver si a vos te pasa lo msimo jejej, no notas que los libros que dan en la escuela son una bosta xD ???

Si, bueno como estoy en provincia voy a 2ª de Polimodal, pero equivale a lo mismo...

En general los libros del colegio son medio aburridos, pero en algunos casos sirven para llevarte a leer grandes obras como Hamlet, Edipo, Romeo y Julieta, etc.

Esros tres últimos fines de semana tuve que leer sucesivamente, La casa de Bernarda Alba, Las de Barranco y La Malasangre. :D (ya que no está el que bostezaba, jeje) Por cierto, uno más aburrido que el otro, lo bueno es que al menos son cortos... xD es que a la dientuda de mi profesora de Lengua xD se le dio por el tema de la opresíon a que vivía la mujer en el pasado. En fin, una garcha... ¬¬

Algunos comentarios...:

- De Holmes los lei todos...en un libraco de dos tomos que tiene un tio en su casa.

- Garcia Marquez..notable.

- Lo de el Quijote y Sancho, se conoce como la "la quijotizacion de Sancho Panza"....un aporte a la cultura..jejeje..

A mi ultimamente me ha dado por leer libros de ciencia ficcion : Asimov con sus fundaciones y leyes roboticas, Stephen King (del cual ya tengo 15 libros), Dean Kontz y otros...Duna alguna vez lo tuve en las manos, pero no pude leerlo finalmente.

Pase algun tiempo tambien por autores rusos, como Chejov, Tolstoi y Fedor. He leido a muchos autores chilenos tambien: Jose Donoso, Diamela Ellit (o algo asi), Luis Sepulveda (si tienen acceso se los recomiendo, muy entretenido), Carlos Fuentes, Roberto Ampuero, Carlos Franz, Jaime Collier, Pablo Simonetti.

Otros infaltables que leo de repente y que me acompañaron antes: Vargas LLosa, Borges, Garcia Marquez, Julio Cortazar, Benedetti.

En mi velador actualemente tengo 3 libros: "Angeles y Demonios" de Dan Brown que aun no comienzo, "Genomic Regulatory Systems: Development and Evolution" de Eric Davidson y "The Shape of Life : Genes, Development, and the Evolution of Animal Form" de Rudolf A. Raff...estos dos ultimos por asuntos de tesis.

Acabo de darme cuenta que he leido bastante...con orgullo debo decir que tengo una biblioteca personal de alrededor de 200 libros.

Saludos.

Por cierto, si alguien leyo El Perfume de Patrick Suskind se los recomiendo...y mas aun su otro cuento no muy conocido: La Paloma.

Ahh....y los de Kundera y Camus tambien...muy buenos.

Saludos.

Ahh....y los de Kundera y Camus tambien...muy buenos

Has leido "Los justos" de Camus?? a mi me gustó mucho...

Yo también tuve que leer "La casa de Bernarda Alba" el año pasado y la verdad es que tampoco me resultó tan coñazo....

El último que he leido es El Perfume, y la verdad es que no me gustó nada. Aunque he tenido que leerlo en alemán y eso puede influir.

Kundera, ese me gusta. La insoportable levedad del ser y me leí otro muy bueno que no recuerdo el nombre.

Y si te gusta leer teatro, también tiene "Jacques y su amo" que está bastante bien.

El último que he leido es El Perfume, y la verdad es que no me gustó nada

Yo también me lei "El perfume", pero sí me gustó. Al rpincipio un pococ pesado pero acabó gustándome.

Estás en un colegio alemán o algo así, Ilibcar¿¿

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