AJAX DE ÁMSTERDAM La eternidad en 90 minutosEn las calles estrechas y húmedas de Ámsterdam, a la sombra de canales tranquilos y cafés ruidosos, nació en 1900 un club que acabaría desafiando el tiempo. Se llamó Ajax, como el héroe griego, símbolo de fuerza, coraje y nobleza. Pero lo que sus fundadores quizás no imaginaron fue que, más de un siglo después, ese nombre estaría inscrito en la historia no solo por sus títulos, sino por su forma de ver y enseñar el fútbol. El origen de una cultura (1900–1940)Los primeros años del Ajax fueron los de la inocencia, del juego amateur y de la comunidad. Jugaban por amor, por barrio, por una identidad que ya empezaba a diferenciarse: técnica, combinación y juego limpio. En los años veinte, ya levantaban títulos. Pero fue en los años treinta cuando el club empezó a cultivar algo más profundo: una mentalidad. Jack Reynolds, un inglés meticuloso, obsesionado con el orden y la formación, dirigió al club en tres etapas y fue el primero en implantar una estructura formativa. Insistía en la educación táctica desde jóvenes, en la movilidad, en pensar antes de recibir. En cierto modo, fue el precursor silencioso del Ajax moderno, aunque aún faltaba tiempo para que esa semilla floreciera. Las ruinas y la reconstrucción (1940–1965)La guerra dejó cicatrices profundas. La comunidad judía, tan cercana al Ajax, fue duramente golpeada. El estadio, De Meer, sobrevivió, pero el espíritu ajacied tuvo que reconstruirse. Aun así, tras la guerra, Ajax emergió con hambre renovada. En 1956, cuando nació la Eredivisie, Ajax fue su primer campeón. Fue un mensaje: habían vuelto, y con ambiciones mayores. Pero Europa aún les quedaba grande. Competían, sí, pero sin identidad clara. Fue entonces cuando apareció un entrenador con ideas radicales y un joven flaco con mirada insolente que cambiarían todo. La revolución total: el nacimiento de un nuevo fútbol (1965–1973) Rinus Michels no solo dirigía, sino que creía. Su visión del fútbol era coral, fluida, agresiva. Quería que los defensas atacaran, que los delanteros presionaran, que el campo fuera un tablero de ajedrez móvil. Y en el centro de ese nuevo universo, un chico de 17 años llamado Johan Cruyff empezaba a moverse con una gracia que rozaba lo divino. Cruyff no jugaba: pensaba jugando. Todo pasaba por él, pero no por ego. Lo hacía porque veía los espacios antes de que existieran. Ajax, con él y con figuras que entendían el arte del movimiento como Neeskens, Krol y Suurbier, conquistó Europa. Primero llegaron a la final en 1969 y cayeron. Pero entre 1971 y 1973, lo ganaron todo. Tres Copas de Europa consecutivas. Contra equipos sólidos, rocosos, tradicionales. Ajax los desarmaba bailando. Era un ballet táctico. El fútbol total. Y el Ajax era su orquesta. La diáspora y la cantera como refugio (1974–1994)Como todo ciclo brillante, este también tuvo su final. Cruyff se fue al Barcelona, Michels también. Kovács, su sucesor, mantuvo viva la llama un tiempo, pero el Ajax ya no era el mismo sin su profeta en el campo. Los títulos europeos se evaporaron, aunque en casa seguían dominando. Pero mientras los focos miraban a otros, Ajax tejía en silencio su red de futuro. Apostó por su cantera, por esos campos que olían a talento precoz y disciplina. Allí, un joven delgado y elegante llamado Marco van Basten afinaba su disparo. Un mediocentro con mirada fría, Frank Rijkaard, aprendía a organizar. Y un artista del balón, Dennis Bergkamp, comenzaba a pintar goles con pinceladas suaves. El título de la Copa de la UEFA en 1987, con Van Basten como estandarte, fue una señal de que algo estaba madurando. El último gran imperio: 1995 y la perfección juvenilEn los 90, Ajax volvió a hacerlo. No con fichajes millonarios, sino con chicos. Muchos apenas superaban los 20 años. El cerebro del proyecto era Louis van Gaal, un técnico frío por fuera, pero un arquitecto del detalle. Esa versión del Ajax no solo ganó la Champions League en 1995, venciendo al todopoderoso Milan con un gol de un adolescente Patrick Kluivert, sino que lo hizo sin perder un solo partido. Eran jóvenes, descarados y valientes. Había en ellos fuerza —como la de Edgar Davids—, inteligencia táctica —como la de Frank de Boer y Danny Blind—, y una poesía inesperada en jugadores como Jari Litmanen, que parecía flotar entre líneas. En 1996 llegaron de nuevo a la final, y aunque esta vez no ganaron, demostraron que el Ajax podía tocar la cima sin traicionar su alma. La tormenta del siglo XXI (1997–2010) Pero el nuevo siglo no fue generoso. La Ley Bosman cambió las reglas del juego: ahora los grandes clubes podían llevarse talento gratis. Y el Ajax, que vivía de formar, se convirtió en víctima de su propio éxito. Jugadores que apenas debutaban eran arrebatados. Lo sufrieron con Sneijder, van der Vaart, Heitinga, Ibrahimović. Cada vez costaba más retenerlos, cada vez el ciclo se acortaba. El club ganó ligas, sí. Pero Europa parecía una galaxia distante. Aun así, Ajax no dejó de formar. Nunca dejó de creer en De Toekomst. El renacimiento moderno (2010–hoy)Con el tiempo, la visión volvió. Primero tímidamente, luego con decisión. Técnicos como Frank de Boer reorganizaron el equipo. Pero fue con Erik ten Hag cuando el Ajax volvió a emocionar al mundo. En 2019, como un déjà vu de aquellos días gloriosos, un equipo joven y descarado arrasó Europa. En el Bernabéu, humillaron al Real Madrid. En Turín, vencieron a Cristiano Ronaldo y su Juventus. Y solo un milagro cruel de Lucas Moura los detuvo en las semifinales. Frenkie de Jong, elegante y sereno. Matthijs de Ligt, líder precoz. Ziyech, magia en estado puro. Van de Beek, siempre en el lugar exacto. Fue breve, pero eterno. Porque ese Ajax recordaba al del 71, al del 95. Y eso, en el fútbol moderno, es un milagro. El Ajax eterno Ajax no es solo un club. Es una forma de pensar el fútbol. No juega por ganar. Juega para enseñar. Para formar. Para inspirar. Mientras otros compran, Ajax crea. Mientras otros gritan, Ajax piensa. Mientras otros destruyen, Ajax construye. Porque el Ajax no es solo un equipo. Es una idea que vive en cada pase, en cada canterano, en cada utopía táctica. Y las ideas, cuando son buenas, nunca mueren.
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