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DenisTiz

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Sobre DenisTiz

  • Cumpleaños 03/05/1990

Perfil Football Manager

  • Juego
    FM22
  • Plataforma
    Steam
  • Actualmente entrenando a
    Coalville Town FC

Información adicional

  • Equipo
    Union de Santa Fe
  • Jugador
    Messi
  • Lugar
    Santa Fe
  • Origen
    Argentina

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Los logros de DenisTiz

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Reputación en la comunidad

  1. Capítulo 2 La llamada llegó cuando el reloj marcaba las 10 de la noche. Estaba sentado en la mesa, en silencio, mientras mis ojos recorrían las valijas que ya tenía armadas para partir al día siguiente. La vibración de mi teléfono sobre la mesa cortó la quietud y, al ver el número desconocido, sentí cómo las vísceras se me retorcían, como mil serpientes anidando en mi estómago. Contesté. —¿Pablo? —La voz de Glynn Rennocks sonó firme, clara, inconfundible. —Sí, soy yo —respondí, apenas balbuceando, luchando contra la ansiedad. —Aquí Glynn, del Coalville Town. Te dije que te llamaría esta noche. El pulso me aumentó, pero traté de mantener la compostura. No podía dejar que la emoción me traicionara ahora. —Claro, claro. Estaba esperando tu llamada —dije, en un intento por sonar más tranquilo de lo que realmente estaba. Hubo una pequeña pausa antes de que el presidente retomara la conversación. —Mira, he estado pensando en nuestra charla del café. Te vi hoy a la tarde y algo me dice que tienes potencial. El equipo necesita una sacudida, algo fresco, y creo que tú podrías ser esa pieza que estamos buscando. Quiero que vengas a trabajar con nosotros. El aire me faltó por un momento. La oferta fue tan inesperada como electrificante, y, al mismo tiempo, era todo lo que había estado esperando. —¿Estás diciendo que… me están ofreciendo un puesto de entrenador? —pregunté, casi sin poder creer lo que estaba escuchando. —No exactamente. No te estoy pidiendo que firmes un contrato largo ni nada por el estilo, pero quiero que vengas a trabajar con el primer equipo durante esta pretemporada. No puedo prometerte nada inmediato, pero tendrás la oportunidad de mostrar lo que puedes hacer mientras los chicos se ponen a punto antes de que empiece la liga. Quiero verte en acción, Pablo. Mi mente comenzó a dar vueltas, como un torbellino arrastrando mis pensamientos. Un equipo me ofrecía esa oportunidad, y la tentación era grande. Pero al mismo tiempo, sentía una presión inmensa. Del otro lado del Atlántico, estaba mi vida, la auténtica: familia, amigos y mi trabajo. —No quiero ser grosero, señor Rennocks —dije, esforzándome por mantenerme firme—, pero mañana debo partir a Francia. Ya he reservado alojamiento, todo está listo. —Lo sé —respondió el presidente, con una calma que intentaba aliviar la carga de mi dilema—. Como esta decisión es mía y solo mía, me ofrezco a cubrir el dinero que has gastado y te daré alojamiento en mi casa, en Coalville. Mi vieja casa, la que ya no uso. Me sorprendió su ofrecimiento. Era evidente que había considerado cada detalle con precisión, como un hombre acostumbrado a tomar decisiones estratégicas. Su capacidad para negociar, fruto de su experiencia como director de una empresa, se reflejaba claramente en cómo manejaba la situación. No era solo presidente de un club de fútbol; su visión empresarial le permitía ver más allá de lo obvio y actuar con una frialdad calculada. —¿Y cuándo sería? —pregunté, aliviado por su disposición. —El partido del próximo sábado es crucial. Quiero que estés con nosotros. Tienes una semana para prepararte. Me quedé en silencio unos segundos, asimilando la magnitud de lo que estaba a punto de decidir. —Está bien, me presentaré el sábado antes del partido —respondí finalmente, con la sensación de que la decisión ya no dependía solo de mí. —¿El sábado? El lunes ya deberás estar con nosotros para darte a conocer. Y por cierto, ya sabes, ven preparado. Lo que pasa en el vestuario se queda en el vestuario, pero quiero que pongas a todos en su lugar. Últimamente algunos de mis chicos están tomando roles que no les competen y eso ha alimentado el ego del viejo entrenador y ya sabes cómo ha terminado... Colgué la llamada con una mezcla de emociones. Estaba al borde de un abismo, decidido a dar un paso hacia lo desconocido, pero también hacia lo que siempre había soñado. Y, sin embargo, no podía evitar sentir que me había convertido en un farsante. Demás está decir que no pegué un ojo después de aquella llamada. Me pasé la noche viendo videos de fútbol y anoté cada dato que creí imprescindible recordar en el reverso de un folleto que me habían dado en el aeropuerto. Movimientos ofensivos, defensivos… en fin, cosas a tener en cuenta si quería sonar convincente ante «los chicos de Glynn Rennocks» y llevar mi falso papel de entrenador de inferiores lo mejor posible. Dejé el apartamento a media mañana, justo cuando, por contrato, debía hacerlo. Comí un brunch en The Stamford & Warrington, un bar clásico del centro de Coalville, donde los parroquianos debatían sobre fútbol local con más pasión de la que habría esperado. En plena tostada con huevo y tocino, el presidente me volvió a llamar: —¡Pablo! Buenos días —dijo al responder—. Perdón por la llamada de anoche, pero estuve hablando con Brian Barrows, el segundo entrenador, para informarle que quería darte una prueba. ¿Dónde estás? Tengo las llaves para que te acomodes lo antes posible. Te necesito descansado para mañana. Me encontró en el bar y me llevó a su casa, una construcción típica de los suburbios de Coalville, con un pequeño jardín delantero y paredes de ladrillo rojo. Dentro, la decoración era modesta: una estantería llena de libros, fotos enmarcadas del club y, en el salón, una bufanda del Coalville Town colgada sobre la chimenea. No hablamos mucho. Debió notarme la cara de cansancio y decidió dejar las charlas serias para el lunes, cuando me presentaría ante la plantilla. Al día siguiente era un solo nervio. Llamé a mi familia, les comenté la oferta y, abriendo el paraguas, les dije que quizás mis vacaciones se estirarían más de la cuenta. —¿Y tu trabajo? —preguntó mi madre con ese tono que ya conocía, el que usaba cuando algo no le cerraba ni un poco. Me pasé una mano por la cara, ya imaginando la discusión. Me apoyé contra la mesa del departamento, mirando por la ventana. —Estuve pensando en eso, má… —suspiré—. Pero, ¿cuántas veces en la vida te dan la oportunidad de hacer lo que te gusta? —¿Y qué tiene que ver eso? —su voz subió un poco—. ¡No podés largar todo así como así! —¡No estoy largando nada! —respondí, tratando de mantener la calma—. Es solo una prueba, una chance. Qué sé yo… Si no funciona, vuelvo. —Yo no te eduqué para que seas así de irresponsable, Pablo. Cerré los ojos un segundo, respiré hondo. —¡Mamá, dejáte de joder! —exploté—. Quiero ver si tengo suerte en el Coalville, las cosas pasan por algo. Silencio del otro lado. —¡Ya vamos a hablar cuando vuelvas! —soltó al final, con ese tono cortante que me decía que no estaba ni un poco convencida. Sonreí, más para mí que para ella. —Ojalá que vuelva con una copa bajo el brazo. No respondió enseguida. —Tu padre te manda saludos —dijo al final, esquivando mi chiste—. Cuando le diga lo que vas a hacer, no le va a gustar. Me la imaginé cruzada de brazos en la cocina, moviendo la cabeza con desaprobación. —Confia en mí, en serio —le dije, con media sonrisa—. Te llamo más adelante. A las seis de la tarde fui al lugar de entrenamiento. Glynn me esperaba en la puerta del club, vestido de traje y con sus anteojos de sol. ¿Era para impresionarme o simplemente se vestía así para trabajar? Me condujo hasta una cancha al costado del Owen Street Sports Ground, donde el equipo estaba por comenzar el entrenamiento. Estaban distendidos. Hablaban y se reían a carcajadas hasta que nos vieron llegar. Pude ver cómo los más veteranos susurraban entre ellos e identifiqué a Steve Towers, diciéndole algo al oído a un rubio que tenía un par de guantes entre las manos; debía de ser el portero del equipo. —Chicos —dijo Glynn—, les presento a Pablo Conti. Sí, sí, Steve, es el que les dio las indicaciones el fin de semana —agregó con una media sonrisa—. Vi en él cierto potencial que me gustaría explotar para beneficio de todos. Así que, a partir de hoy, estará con nosotros. Me dio unas palmadas en el hombro y dijo: —Pablo, son todos tuyos. La escena fue incómoda. Me sentí atravesado por decenas de miradas inquisidoras. Tenía que decir algo que les diera confianza, algo que hiciera ver que era capaz de llevarlos a lo más alto. —Sé lo que están pensando. ¿Quién diablos es este tipo? ¿Qué hace acá? Les soy sincero: no vengo con promesas falsas ni discursos motivacionales de película. Pero sí sé algo: si trabajan duro, si confían en mí y en ustedes mismos, vamos a hacer historia. No me importa dónde estamos hoy, lo que me importa es a dónde podemos llegar. Y les juro que no pienso parar hasta ver al Coalville Town donde merece estar. Silencio. Luego, una mirada de complicidad entre algunos jugadores. Un par de cabezas asintiendo. No había vuelta atrás. Perfil de Pablo Conti Los días previos al partido del sábado pasaron entre nervios, ilusión y la paranóia permanente de que en cualquier momento alguien iba a darse cuenta de que yo no tenía idea de lo que hacía. El martes fue mi primer entrenamiento oficial con el equipo. Llegué temprano, antes que todos, para estudiar mejor las instalaciones. Owen Street no era precisamente Old Trafford, pero tenía su encanto. La cancha estaba bien cuidada, el vestuario era modesto y la sala de entrenadores tenía un escritorio con una pizarra táctica, donde improvisé algunas ideas para la sesión del día. Cuando los jugadores fueron llegando, los saludé con un intento de confianza que no sé si convenció a muchos. Algunos me devolvieron el gesto con cortesía; otros, como el capitán, se limitaron a un asentimiento seco. La sesión fue dura. El equipo venía con costumbres que no terminaban de cerrarme: la línea defensiva era demasiado baja, el mediocampo no presionaba lo suficiente y, en ataque, dependíamos demasiado de algún destello individual. Había mucho por hacer. Terminé el día con un cuaderno lleno de anotaciones y la cabeza a punto de explotar. El miércoles decidí enfocarme en la defensa. Vi videos de nuestros rivales y noté que atacaban mucho por las bandas, así que insistí en el trabajo de los laterales. Durante la práctica, intenté dar indicaciones con tono seguro, como si realmente supiera lo que hacía. Algunos jugadores asintieron, otros me miraron con escepticismo. Me costó que me tomaran en serio, pero al menos nadie se rió en mi cara. Pequeñas victorias. El jueves, Glynn me llamó antes del entrenamiento. Me preguntó cómo veía al equipo, qué planes tenía para el sábado. Le di una respuesta genérica sobre «solidez defensiva y transiciones rápidas». Me respondió con mezcla de interés y sospecha, pero al final estuvo de acuerdo. —Hacé lo que tengas que hacer, Pablo —me dijo—. El Hook Norton es un equipo chico, mucho más que nosotros. No hagas el ridículo. Ese día hicimos un partido de práctica. Vi cosas que me gustaron y otras que me preocuparon. El equipo tenía ganas, eso era bueno. Pero también faltaba calidad. Me fui a casa pensando en cambios, en ajustes, en si alguien más adecuado que yo estaba viendo la misma escena y preguntándose qué demonios hacía un argentino desconocido dirigiendo a los Cuervos. El viernes fue puro repaso táctico y pelotas paradas. No quería inventar nada raro, solo asegurarme de que al menos supieran qué hacer en defensa y cómo salir jugando. No aspiraba a un fútbol de toque y posesión; si el equipo entendía cómo defender y aprovechar alguna contra, me daba por satisfecho. Y así llegamos al sábado. A las tres de la tarde, los jugadores estaban listos en el vestuario, vistiéndose en silencio, con la tensión propia del partido. Yo caminaba de un lado a otro, sintiendo que en cualquier momento se me iban a doblar las piernas. Afuera, en Owen Street, los hinchas empezaban a llenar las gradas. No éramos muchos, pero era nuestra gente. Miré a Glynn, que estaba apoyado en la puerta con los brazos cruzados. —Bueno, Pablo —dijo con una sonrisa apenas visible—. Es tu momento. Respiré hondo. El show estaba por comenzar. La plantilla: La plantilla del Coalville tiene un buen balance entre experiencia y juventud, lo que nos dará flexibilidad para jugar de varias formas. En portería, tenemos a Paul White, que es confiable y da seguridad, y a Jake Laban, que aunque es joven, tiene cierto potencial para crecer (aunque no creo que lo considere). En defensa, contamos con Chris Robertson, Jake Hutchings, Ashley Carter y Scott McManus en el centro, todos con buena presencia. Jake Eggleton en el lateral derecho que aporta ofensivamente cuando se le necesita, pero también cumple en defensa. En el centro del campo, Will Atkinson es clave para recuperar balones y dar equilibrio, mientras que Steve Towers se encarga de enlazar bien entre defensa y ataque. Los extremos como Luke Shaw, Kieran Cook y Eliot Putman dan amplitud y son una amenaza constante por las bandas, con Terell Pennant (diría que nuestro mejor jugador) mostrando gran potencial para desequilibrar. Finalmente, en la delantera, Leroy Lita aporta experiencia y fortaleza, mientras que los extremos y mediocampistas tienen las herramientas para generar jugadas. En resumen, tenemos un equipo bastante equilibrado, con una mezcla interesante de juventud y experiencia que nos da opciones para distintas tácticas y situaciones. Plantel del Coalville Town FC La táctica: Elegí la táctica 4-2-3-1 con mentalidad positiva porque es ideal para el estilo de juego que quiero implementar en el Coalville, buscando un equilibrio entre la posesión y la presión alta. Con esta formación, puedo aprovechar al máximo la capacidad ofensiva de los mediapuntas y extremos, quienes pueden crear jugadas y generar amplitud en el campo, mientras que el mediocentro tiene la responsabilidad de recuperar rápidamente el balón para mantener el control del juego. Además, salir jugando desde atrás se adapta a mi idea de evitar los pelotazos y favorecer la circulación precisa del balón desde la defensa. Todo esto me permite tener una táctica ofensiva bien equilibrada, que asegura tanto la solidez defensiva como la creación constante de oportunidades en ataque. Mi primer partido El vestuario estaba impregnado de un aire pesado, un silencio que sólo se rompía por el sonido de los botines de los jugadores preparándose para salir al campo. Yo estaba allí, sentado en uno de los bancos, con las manos entrelazadas, mirando al suelo. A pesar de que el partido era amistoso, sentía una presión que no podía quitarme de encima y amenazaba con darme algún problema en el miocardio. Era mi primer partido con el Coalville, la oportunidad de demostrar que podía estar a la altura y que podía ser el entrenador que los Cuervos necesitaban. Mis pensamientos iban y venían: ¿Estaré listo para dirigir a este equipo? ¿Podré hacer que jueguen como quiero? Sabía que no se trataba solo de un partido, sino de un punto de partida, una ocasión para forjar mi identidad como entrenador. El equipo aún no me conocía por completo, y yo a ellos, tampoco. No era la final del mundo, pero había mucho en juego. Me levanté del banco y caminé hacia la pizarra táctica. Miré el esquema de la formación, repasé en mi mente lo que había preparado durante la semana. La estrategia estaba clara, pero aún así no podía dejar de sentir ese nerviosismo antes del primer silbido. Un primer paso hacia lo desconocido, un reto que sabía que no podía controlar del todo, pero que iba a dar todo de mí para gestionarlo lo mejor posible. Miré a mis jugadores, que se movían por el vestuario, ajustándose las canilleras, movimiendo sus piernas por la adrenalina, preparándose para entrar al campo. Todos ellos también sentían lo mismo, lo sabía. No éramos un equipo que se conformaba con lo que ya había, queríamos más, buscábamos la oportunidad de demostrarlo. Era nuestra primera oportunidad para darlo todo y construir algo. Respiré hondo y me dije a mí mismo: Ya está, ya no hay vuelta atrás. Mi primer partido no sería perfecto, pero sería mío. Este sería el inicio de algo más grande. Caminé hacia el banquillo, me acomodé la ropa y miré a mis jugadores. —No me interesa que ésto sea un partido de pretemporada y tampoco que adelante tengamos a un equipo humilde como el Hook Norton —les dije mientras repasaba a cada uno con la mirada—. Hoy vamos a luchar por cada balón, vamos a demostrar quiénes somos y por qué el Coalville debe volver a al lugar que se merece. Un gran arranque de pretemporada Primer partido al mando del Coalville Town y no podríamos haber pedido un mejor comienzo: 7-0 ante Hook Norton en casa, bajo una llovizna constante y con 226 espectadores en las gradas (¡seis valientes visitantes incluidos!). Desde el minuto uno salimos a imponer nuestro juego. Kieran Cook estuvo imparable en la primera mitad, marcando cuatro goles en media hora. En el segundo tiempo, Tim Berridge sumó un doblete y, para cerrar la fiesta, Will Atkinson puso el séptimo. Dominio total, buen fútbol y una actitud impecable del equipo. Es solo un amistoso ante un rival (sin desmerecer) minúsculo, pero si mantenemos este nivel, podemos hacer cosas muy interesantes esta temporada. ¡Seguimos trabajando!
  2. Un poco de contexto antes de empezar... La aventura se desarrollará en Coalville, una ciudad ubicada en el distrito de North West Leicestershire, en el centro de Inglaterra. Su nombre proviene de la industria del carbón, ya que fue un importante centro de minería en el siglo XIX. Aunque la minería ha desaparecido, la ciudad mantiene un carácter industrial, con una mezcla de viviendas modernas y arquitectura de época. Coalville está bien conectada por carretera, con fácil acceso a ciudades cercanas como Leicester y Nottingham. Con una población de alrededor de 35,000 habitantes, la ciudad es tranquila y está rodeada de áreas rurales, lo que la convierte en un lugar pintoresco, pero con una fuerte pasado laboral. Ubicación de Coalville en el mapa La magia se desplegará en el Owen Street Ground, un estadio pequeño, con una capacidad de aproximadamente 2.000 personas, y es la casa histórica del club, cuya atmósfera es muy especial para quienes lo conocen. Aunque no es un estadio moderno, tiene un encanto propio gracias a sus gradas sencillas y la cercanía entre el campo y los seguidores, creando un ambiente íntimo y apasionado. A pesar de la modestia del lugar, los hinchas siempre han mostrado un apoyo inciondicional al Coalville, lo que convierte al Owen Street Ground en un verdadero hogar para los jugadores y seguidores del equipo. Vista aérea del campo de juego El Coalville Town Football Club es un equipo con una historia interesante, llena de altibajos. Fundado en 1926 como Ravenstone Miners Athletic, pasó por diferentes transformaciones antes de llegar a donde está ahora, en el Owen Street Sports Ground de Coalville, Leicestershire. Aunque su estadio tiene una capacidad modesta para unas 2000 personas y una iluminación que data de 1996, el ambiente en el estadio siempre ha sido especial, con una comunidad de seguidores fieles que jamás dejan de apoyar al equipo. En los últimos años, el club ha estado en la Southern League Premier Division Central, pero no por mucho tiempo. El descenso reciente debido a la insostenibilidad ecónomica ha sido una dura caída. El equipo terminó en la United Counties League Division One en la temporada 2023-2024, cayendo tres categorías y ubicándose en el décimo nivel del sistema de ligas inglés; un golpe doloroso para los aficionados. Es aquí donde entro yo, el nuevo "farsante" al mando, con la única misión de devolver al Coalville Town a la Southern League Premier Division Central. Pero no solo eso, mi ambición es más grande. Sueño con llevar a los Cuervos a las ligas superiores, como lo anhelan sus seguidores. Mi plan es simple: comenzar de a poco, subiendo paso a paso. Como dije más arriba, no buscaré fichajes manualmente, sino que me basaré en lo que los ojeadores traigan o lo que encuentre en los anuncios de trabajo. La gestión será delegada al máximo, y solo me encargaré de los contratos del primer equipo y el cierre de las compras y ventas. Todo esto mientras trato de mantenerme en el puesto, claro. El verdadero desafío será ver cuánto tiempo puedo estar al mando antes de que me despidan, y si puedo cumplir el sueño de la afición de regresar a las categorías superiores del fútbol inglés. Así que aquí vamos, el viaje está a punto de comenzar. ¿Hasta dónde llegaré? Sólo el tiempo lo dirá, pero de una cosa estoy seguro: no será fácil. Capítulo 1 Mi nombre es Pablo Conti y mi historia merece ser contada. Nací en Sa Pereira, un rincón olvidado de la provincia de Santa Fe, en la inmensidad de la Argentina. Aunque el estrépito de las locomotoras que supieron recorrerla quedó atrás, los raíles oxidados aún guardan los ecos de un pasado que prometió grandeza. Trabajaba en una modesta metalúrgica en la capital de la provincia, en el área de ventas. Mi dedicación estaba enfocada en entender y optimizar los procesos que aseguraban el flujo constante de operaciones, manteniendo en marcha la maquinaria de la industria. Llevaba una vida tranquila, dedicada al trabajo y a mantener mis relaciones sociales y afectivas lo mejor que podía. Los fines de semana, sin embargo, me transformaba en defensor central de un equipo amateur, en una liga donde jugábamos bajo el nombre de nuestra empresa, con la única meta de conseguir el campeonato que nos permitiría, al final del año, celebrarlo con un buen asado y cerveza fría. Esa era nuestra verdadera motivación. Mi amor por el fútbol no es algo extraño en un país como el mío, donde se respira en cada esquina y se juega en cada calle. Lo que realmente resulta curioso es cómo un desamor me llevó a descubrir un pasado olvidado, un vínculo lejano que, de alguna manera, me condujo hasta este momento, hasta aquí. Una decepción amorosa me dejó tan roto que decidí buscar ayuda profesional. Mi psicólogo, siguiendo el típico consejo del contacto cero, me sugirió bloquear a mi ex en todas las redes sociales y, para cerrar el ciclo, deshacerme de todo tipo de recuerdos, como las fotos que había recibido como recuerdos de algún San Valentín. No sabía que esa decisión, tan simple en apariencia, sería el primer paso de un cambio que daría un giro radical a mi vida. Mientras revisaba la caja de las fotos en casa de mis padres, encontré una muy antigua que mostraba a un hombre en uniforme militar. No dudé en capturarla con mi celular y enviarla al grupo familiar, preguntando si alguien sabía de quién se trataba. Mi padre, enemigo acérrimo de la tecnología, ignoró el mensaje. Fue mi madre quien me aclaró que aquel hombre era mi tío bisabuelo, hijo de un inmigrante inglés que había llegado a la Argentina para trabajar como ferroviario, lo que había llevado a mi familia a echar raíces en Sa Pereira. Intrigado, guardé la foto en mi bolsillo. Pero mi abuela fue quien me habló más de él. Me contó que había sido aviador durante la Segunda Guerra Mundial, sirviendo en el escuadrón N° 164 de la RAF, y que desapareció en combate. No fue fácil para ella contarme todo eso. No solo era difícil por la edad, que a veces borra detalles, sino porque el recuerdo aún le dolía profundamente. Ese hombre había sido su tío favorito cuando era niña. Ese relato no hizo más que avivar mi interés por la genealogía, convirtiéndose en un refugio que me permitió sobreponerme a mi dolor. Cuanto más indagaba, más me sumergía en la historia de mi familia. Fue entonces cuando encontré a mi tatarabuelo: Michael Pennant, quien al llegar a Argentina adoptó el nombre de Miguel. Había nacido en una pequeña localidad inglesa llamada Coalville, un pueblo vinculado a las minas de carbón. Mi creciente obsesión por el pasado me llevó a descuidar el presente. En lugar de estar en la cancha los fines de semana, me encontraba sumergido en documentos centenarios colgados en internet. Empecé a soñar con la idea de visitar los lugares de donde provenían mis ancestros de Inglaterra, Italia, Francia y España. Las excusas para seguir faltando a los partidos se me agotaban. Mis compañeros de equipo, incapaces de comprender mi nueva fascinación, me reemplazaron y dejaron de llamarme. Ante la creciente inestabilidad financiera del país, que amenazaba con un posible freno empresarial, decidí tomarme un mes de vacaciones para recorrer los pueblos de mis antepasados, comenzando por Coalville. No sabía que, al dar ese paso, el destino tendría algo preparado para mí. Después de un largo viaje que incluyó coches, aviones y trenes, finalmente llegué a Coalville. La ciudad tenía un aire pintoresco, donde la historia industrial aún se reflejaba en las fachadas. Sus calles, sencillas y funcionales, mostraban las huellas de una comunidad forjada en el esfuerzo de los mineros. No pude evitar imaginar a mi tatarabuelo, Miguel Pennant, recorriéndolas en otro tiempo. No era un destino turístico por excelencia; había poco que ver. Aun así, el monumento a los mineros y la torre del reloj captaron mi atención. Sin embargo, lo que más me intrigó fue una camiseta de rayas blancas y negras colgada detrás de la barra en el Snibstone New Inn, un pequeño pub adornado con banderas británicas. Al principio pensé que era la de la Juventus, pero al observar con más detenimiento, dudando que un equipo italiano tuviera semejante protagonismo en un lugar tan inglés, noté un pequeño cuervo posado sobre un balón en el escudo. —Disculpe —dije en inglés, dirigiéndome a la camarera que limpiaba una mesa cercana—, ¿de qué equipo es esa camiseta? Sin dejar de pasar el trapo sobre la mesa, echó un vistazo rápido a la prenda colgada detrás de la barra. —¿Esa? Es del Coalville Town —respondió con indiferencia—. El equipo local. Luego, sin más, recogió una bandeja llena de copas vacías y se alejó para seguir con su trabajo. Saqué mi teléfono de inmediato y busqué su nombre en la web. Descubrí que era un club muy modesto, que competía en las profundidades del fútbol inglés. Su mayor logro había sido llegar a la final de la FA Vase, donde cayeron 3-2 ante el Whitley Bay en el mítico estadio de Wembley. Esa misma tarde, como si el destino me estuviera llamando, el equipo jugaba un partido de pretemporada en el Owen Street Sports Ground, su estadio. No recuerdo el nombre del rival, pero el encuentro ya había comenzado y el Coalville Town iba perdiendo 1-0. No lo dudé ni un instante. El estadio estaba a menos de diez minutos a pie desde donde me encontraba y la entrada costaba solo siete libras. Extrañaba la emoción de una tarde de fútbol, y qué mejor oportunidad que sumergirme en la atmósfera de un club desconocido en el corazón de Inglaterra. Mientras caminaba hacia el estadio, aproveché el tiempo para buscar información sobre el equipo e intentar memorizar algunos nombres, con la esperanza de reconocer a los jugadores en el campo. —White, McManus, Putman, Hutchings... —murmuré en voz alta mientras repasaba los nombres—. Pennant. Me detuve en seco. Aquel apellido era el mismo que el de mis antepasados. ¿Sería una simple coincidencia o una señal de que mi familia realmente había dejado huella en este lugar? ¿Y si aquel jugador y yo compartíamos algún lazo de sangre? No tuve tiempo de seguir con mis conjeturas porque ya estaba frente a la boletería. Compré mi entrada y, para mi sorpresa, el ambiente dentro del estadio estaba lejos de la emoción que había imaginado. Un grupo reducido de aficionados se agolpaba en un costado del campo, pero apenas prestaban atención al partido. No los culpaba: su equipo perdía 3-0 (lo que significaba que le habían anotado dos veces mientras caminaba hacia allí) contra los rivales de camiseta verde, y ni siquiera había terminado la primera mitad. La derrota era tan evidente que algunos hinchas parecían más interesados en una conversación sobre el trabajo que en lo que ocurría en la cancha. Me senté detrás del banco de suplentes. Los jugadores, con los brazos cruzados, observaban el partido con la mirada perdida, más ansiosos por marcharse que por seguir en el campo. Junto a la línea de banda, dos o tres hombres caminaban de un lado a otro, dando indicaciones y debatiendo entre ellos, aunque parecía que ni ellos mismos creían en una remontada. —¿Quién es el técnico? —le pregunté a una señora que observaba el partido junto a su hijo pequeño, que llevaba la camiseta del club. —Adam Stevens —respondió con tono algo distante—, pero no está aquí. —¿Cómo que no está? —pregunté, confundido. La mirada que me lanzó no fue precisamente amable. —Perdón, es que no soy de aquí —agregué rápidamente. —Ya lo había notado por tu acento —respondió, sin mirarme, como si no le sorprendiera. Luego, continuó—: El entrenador no está porque ha tenido algunos desacuerdos con el presidente del club. Creo que esta es su manera de protestar. —¿Y esos? —pregunté señalando a los tres hombres que caminaban junto a la línea de banda, dando indicaciones. —Son jugadores —dijo ella, volviendo la vista al campo en el momento justo en que su equipo recibía el cuarto gol—. Por alguna razón han decidido no jugar hoy; el más alto es Alex Dean. La exhibición era un desastre. ¿Sería una especie de rebeldía de los jugadores en favor de la causa del entrenador, o realmente el equipo carecía de un líder capaz de poner orden en el caos? Tenía que descubrirlo. Me acerqué lo más posible a la línea de banda y desde allí comencé a analizar el juego, algo que siempre había disfrutado hacer, incluso cuando jugaba con mis compañeros de trabajo. La formación no estaba mal. Aunque algo desequilibrada, podía distinguirse un 4-4-2 que se enfrentaba a un temerario 3-4-3 del rival. El centro del campo estaba claramente desbordado, con el equipo local incapaz de controlar la posesión o frenar los avances de los verdes. Los extremos corrían sin cesar, desbordando a los defensores del Coalville Town, pero actuaban sin pensar, como si se guiaran más por la urgencia de marcar que por una estrategia inteligente. Era obvio que el equipo blanco y negro carecía de coordinación, y se notaba la falta de alguien que les diera dirección. —¡Vamos, número 3! —grité con firmeza, sin pensarlo mucho—. ¡Mira a tu izquierda! Te están superando ahí una y otra vez. No sigas al carrilero como un perro de presa, lee el juego. Estás dejando espacio en esa zona, ¡cierra más rápido cuando veas que se acerca el rival! El estadio no enmudeció porque ya se encontraba en silencio, pero todos me miraban. Incluso los jugadores que daban indicaciones en la banda se volvieron hacia mí. Alex Dean se acercó a uno de ellos y le susurró al oído; no escuché sus palabras, pero estaba seguro de que fue algo como «¿quién demonios es este?». Agaché la cabeza, rogando que me tragara la tierra por la vergüenza. No habían pasado ni cinco minutos desde que lancé mi primera orden cuando, por puro instinto, volví a la carga: —¡Número 5, no subas tanto! El jugador me miró, esperando más. —Cada vez que te subes, el rival se te escapa por la espalda. Quédate más cerca de la línea, juega más seguro. Si subes, asegúrate de que alguien te cubra o no vas a poder volver a tiempo. Necesitamos que estés firme en defensa. El jugador asintió, comprendiendo el ajuste que necesitaba hacer en su posición. Seguí dando indicaciones desde la banda, sin importar las miradas sorprendidas de los pocos aficionados que quedaban. No sabría cómo explicarlo, pero fue un impulso que surgió de lo más profundo, algo tan espontáneo como gritarle a la televisión cuando uno ve a su equipo favorito en apuros. El entretiempo llegó con un 4-0 en contra, pero el verdadero foco de atención no era el resultado, sino mi actitud en la banda. Un hincha, con cierta timidez, se acercó a mí. Su curiosidad era evidente, aunque trataba de disimularla. —¿Todo bien? —pregunté, intentando ser amable. —Sí, bueno… No. Nos están pasando por encima. —Lo veo —respondí—, pero seguro que con una buena charla en el vestuario las cosas cambiarán, al menos un poco. —No habrá charla en el vestuario —dijo, acompañado de un gesto de desdén—. El equipo está completamente solo. —No están solos, los aficionados estamos aquí para apoyar —intenté suavizar el ambiente. —Nosotros no podemos hacer mucho más que cantar, y la moral en el club no está por las nubes. ¿Quién eres, por cierto? —preguntó, curioso. —Me llamo Pablo, soy argentino, si eso es lo que te interesa saber. —¿Vives aquí en Inglaterra? —No, vine a conocer el pueblo. El aficionado se atragantó con la cerveza al escucharme, escupiendo un poco. —¿En serio? —preguntó, todavía sorprendido—. Vienes de muy lejos. Bueno, el segundo tiempo está por empezar. Te dejo tranquilo. —Se dio la vuelta, pero antes de irse, volvió a hablar—: Oye, espero que sigas dando indicaciones al equipo, al menos alguien tiene que encargarse de este desastre. Lamento que te haya tocado un partido así, no somos tan malos. Nos despedimos con un gesto. Seguí su consejo y me mantuve dando indicaciones al equipo, aunque no vale la pena detallar todas aquí. Lo que sí puedo decir es que hubo algo de impacto, ya que el Coalville no permitió más goles en la segunda mitad. De hecho, logró marcar dos veces y el partido concluyó con un amargo 4-2, que, aunque no logró evitar la derrota, suavizó un poco el golpe. El triste espectáculo llegó a su fin. El sol comenzaba a ocultarse, y las nubes teñían el cielo de un tono cobrizo que intensificaba la atmósfera sombría mientras me dirigía hacia la salida del Owen Street. Me encaminé a mi departamento, que no estaba lejos del estadio, cerca del pub en el que había estado antes del partido. Al día siguiente, tenía un vuelo a París, desde donde tomaría un tren hacia Chambéry, mi próximo destino en la ruta genealógica. Un coche se detuvo junto a mí, aparcando un poco más adelante. —¡Gracias a Dios! —gritó una voz desde la ventanilla—. Pensé que te había perdido. ¡Eh, tú! Me toqué el pecho con el dedo índice y miré a mi alrededor, pero no había nadie más. Estaba solo en ese trozo de acera. —¿Quién eres? —preguntó el conductor, un hombre que debía rondar los setenta, pero cuyas gafas de sol le daban un aire juvenil y de negocios—. Habla —me apremió, mirando fijamente—. Hace un momento te vi dar órdenes a mis chicos. No te hagas el tímido ahora. —Soy Pablo —respondí, algo temeroso de que fuera el entrenador del Coalville, molesto por haberme entrometido en su huelga personal—. Perdón, pero… El hombre se bajó del coche y, tras cerrar la puerta, caminó hacia mí. Al llegar a mi lado, señaló una pequeña cafetería al final de la calle. —Vamos a tomar un café ahí —sugirió, con una voz firme que no dejaba lugar a dudas. Extendió su mano—. Soy Glyn Rennocks, presidente del Coalville Town. Un placer, Pablo. Estreché su mano y caminamos juntos hasta el café. El lugar era pequeño pero con una elegancia tranquila. El ambiente acogedor contrastaba con la tensión que apretaba mi pecho. Dos tazas de café sobre la mesa nos separaban, mientras Rennocks, ya sin sus gafas de sol, me observaba con unos ojos azules que no perdían detalle. ¿Qué querría el presidente del club de mí? —Cuando te pregunté quién eras —dijo Glynn, mirando fijamente—, no me refería solo a tu nombre. Sé que eres argentino y que estás de visita en el pueblo, me lo contó el tipo que conversó contigo en el entretiempo. Es mi sobrino. Lo envié a que hablara contigo. —Sí, como dijiste, estoy de visita. —Nadie viene de visita a Coalville —respondió el presidente, vaciando su taza de un solo sorbo—. ¿Cuál es tu verdadero motivo? ¿Por qué terminaste viendo nuestro partido? ¿Eres ojeador? ¿Estás interesado en alguno de mis chicos? Reí ante la suposición, pero me vino a la mente una idea un tanto audaz, aunque por completo deshonesta. —Entreno las divisiones inferiores en un club de mi ciudad natal —mentí, sintiendo cómo sus ojos azules se clavaban en mí. Glynn inclinó la cabeza, observándome con detenimiento. Por un momento, sentí que esos ojos eran capaces de atravesarme, y temí que pudieran ver el interior de mi mente y descubrir mi mentira. Traté de disimular mi nerviosismo, dándole un sorbo a mi taza vacía. —Pero no tengo credenciales como entrenador —continué—. Lo hago por amor al fútbol. —El amor al fútbol no basta para ser entrenador —respondió el presidente—. Se necesita liderazgo y la capacidad de motivar. He visto que lo tienes. Y hablas inglés a la perfección. —Gracias, lo perfeccioné en mi trabajo. —¿A qué te dedicas? —Trabajo en el departamento de ventas de una metalúrgica que se dedica a la construcción de calderas y tanques. Glynn alzó ambas cejas. No estaba seguro si estaba sorprendido por mi respuesta o simplemente me estaba observando con atención. —Soy director de una metalúrgica —dijo, sonriendo. —Qué casualidad —comenté, dándome cuenta de que realmente lo sorprendí. —Mira… La próxima semana tenemos otro partido en casa. Me gustaría que te probaras como entrenador. —Pero… —No sé qué es, pero algo me dice que eres la persona indicada. Soy muy precavido, pero tengo la sensación de que debo apostar por ti. Adam no regresará —agregó—, me refiero al entrenador del primer equipo. —Mañana debo irme a Francia. Mis palabras se deslizaron en el aire como un golpe sordo, disipando la posibilidad que se insinuaba. Fue como cuando un niño se entera de que Papa Noel no existe: la ilusión se desvanece en un pestañeo. —Anota tu teléfono aquí —dijo, sacando una pequeña libreta de su traje y un bolígrafo plateado. Glynn Rennocks se levantó. Mientras escribía mi número en el papel, se dirigió al mostrador a pagar los cafés. Regresó con los anteojos de sol puestos, me extendió la mano y, con una leve sonrisa, dijo: —Te llamo esta noche.
  3. Hola a todos. Hace tiempo que me registré en el foro, pero hasta ahora mi participación ha sido más bien en las sombras, disfrutando de las historias y consejos que se comparten aquí. Ha llegado el momento de cambiar eso. Siempre me han fascinado las historias, tanto al leerlas como al escribirlas. De hecho, uno de mis pasatiempos es escribir, y he tenido la suerte de publicar algunas novelas. Pero hay otro tipo de historia que disfruto: la que se forja en Football Manager, con sus giros, sus momentos de gloria y sus inevitables fracasos. En esta aventura, voy a contar la historia del Coalville Town FC, un club pequeño que siempre elijo en FM. No sé si es por el reto, por la mística de las ligas bajas o por la ilusión de llevarlos a lo más alto, pero cada año vuelvo a intentarlo. Esta vez, quiero compartir el viaje con ustedes. No me considero un experto en FM. Me encanta el fútbol, pero juego más por diversión que por táctica pura. Por eso, quiero darle un enfoque doble a esta historia: por un lado, aprender de los consejos que me den en la «sala de prensa» (comentarios), y por otro, ofrecer entretenimiento con las victorias, derrotas y todo lo que surja en el camino. No sé cuánto durará esta aventura ni con qué frecuencia publicaré, ya que, entre el trabajo y mis proyectos personales, el tiempo es limitado. Pero el reto está aceptado, y espero que lo disfruten tanto como yo. Datos y reglas de la partida: Versión: FM24 24.3.0 Database: The FM Update October V3 + England Level 10 Modo de juego: original Ligas cargadas: solo Inglaterra Primer periodo de fichajes: desactivado Editor interno: desactivado Fecha de inicio: pretemporada (3/7/2023) Reglas de fichajes y gestión: No buscaré empleados manualmente; solo mediante Anuncios de Trabajo o recomendaciones. Delegaré al máximo: solo me encargaré de los contratos del primer equipo y del cierre de ventas. No buscaré jugadores manualmente; solo usaré lo que encuentren mis ojeadores o lo que me recomienden.
  4. jajajaja no puedo creer. Estaba haciéndo exáctamente lo mismo... Vi algo en Instagram, no conocía el club, y sentí curiosidad de dirigirlo, pero tampoco lo encontré. Me temo que estará en la Regional 3ª donde justo la liga de Madrid no me aparece como jugable.
  5. Muchas gracias a los responsables de este parchazo Se agradece de todo corazón su tiempo y dedicación para que miles disfrutemos
  6. He visto varios equipos así... El IlleScas se me viene ahora a la mente... O en vez de "Atlético" dice simplemente "At" Errores ínfimos, que solo afectan la estética visual, pero se agradecería muchísimo su corrección No sé si lo he hecho, pero felicitaciones por el parche. Nos hacen muy feliz.
  7. ¡Que sorpresa encontrarme un historia del Pordenone! Es uno de mis equipos favoritos. Yo suelo elegirlo también. Te deseo muchos éxitos y estaré atento a este tema.
  8. Me refería si alguna vez lograste ascender un equipo semi profesional de tercera a primera.
  9. Lograste hacerlo?
  10. DenisTiz

    Beta FM19

    Fue lo que hice... cuando quise empezar una nueva carrera en un equipo de la 3ª alemana no me salía para elegirla
  11. DenisTiz

    Beta FM19

    ¿Te sale? Descargué lo último y nada...
  12. DenisTiz

    Beta FM19

    Ahora se tutela en grupos. No recuerdo ahora bien en dónde esta la opción, pero creo que está dentro de la pestaña "entrenamiento". Saludos.
  13. DenisTiz

    Beta FM19

    jajajaja parece que es algo normal... La emoción del juego... Me pasó a mí, a otro loco antes de mí, y a otro loco antes de ese loco (Y todo en este mismo tema)
  14. DenisTiz

    Beta FM19

    ¿Desactivaste (o activaste) la casilla de "Recargar la caché" en las preferencias del FM?
  15. Siguiendo

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